Capítulo 3: Vida de retos

SERIE: ¡MAESTROS QUE APRENDEN, MAESTROS QUE TRANSFORMAN!


Por: Senna Gonzalez


Quien conoce a Carmen Risco sabe que es una mujer de retos. Los desafíos a lo largo de su vida moldearon su carácter. Siendo la última de 11 hermanos, Carmen trabajó desde pequeña para garantizar su educación. De ahí nació su perseverancia, al igual que su empatía. Estudió en el Colegio Mixto Virú, en La Libertad, sin saber que años más tarde se desempeñaría como maestra en ese mismo lugar. 

A donde iba, Carmen dejaba una huella. Ya sea por su comprometida forma de enseñar o por sus ganas de sacar adelante incluso a la persona más desmotivada. El ‘efecto Carmen’ le permitió conseguir una plaza en el colegio donde pasó los mejores años de su vida. Era momento de replicar lo aprendido. 

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La llegada de la maestra Risco al Colegio Mixto Virú le devolvió la esperanza a un grupo de estudiantes que había perdido la confianza en su educación. Con el pasar de los meses, Carmen se convirtió en el soporte que necesitaban, y ellos, en su principal motor.

Los F son A

Quinto grado F, mejor conocido como el salón que casi desaparece, pasó un 2019 en ascuas. Al no tener un presupuesto fijo, los docentes salían y entraban. Los niños podían pasar meses sin la tutela de nadie, mientras que los padres, desesperados, exigían una solución al colegio y la UGEL. 

Un año más tarde, a Carmen le adjudicaron la plaza como docente de aquel salón sin esperanzas. Era marzo del 2020 y deseaba conocer a los niños, aprender de ellos. No obstante, la pandemia cambió los planes. Aunque no tuvo la oportunidad de conectar con sus futuros estudiantes, sí lo hizo con la presidenta del aula. “Gracias a ella pude conocer las experiencias del año pasado. Me enteré que los chicos estuvieron solos durante meses y que los padres de familia no paraban de reclamar a la UGEL”, recuerda Risco. Ante esas circunstancias, comenzó a indagar sobre los estudiantes: quiénes eran, cuántos estaban matriculados, qué cosas habían aprendido en ese año prácticamente fantasma. 

Al principio fueron 17 estudiantes, pero Carmen no se rindió. Buscó a los demás a través de correos y llamadas telefónicas. “Muchos no habían rectificado matrícula y yo no quería perderlos”, comenta. Gracias a su perseverancia alcanzó un total de 27 estudiantes, pero la verdadera tarea consistió en devolverles su autoestima.

“Al estar en la sección F, varios creían que eran los peores, los malcriados. Tenían la autoestima por los suelos”, dice Carmen. Tanto era el miedo a fallar que durante las primeras clases solo participaban dos. Con el tiempo, y con la ayuda de Carmen, fueron soltando sus emociones y compartiendo sus opiniones. No eran solo receptores, sino los artífices de su propia educación.

Carmen Risco los motivó a hablar y después a participar de concursos: matemáticas, textos narrativos, dibujo, pintura, no existía un límite. El ‘F’ se convirtió progresivamente en una ‘C’, ‘D’, ‘A’.

 Los estudiantes desarrollaron la seguridad y confianza que necesitaban para cambiar. “Recuerdo que la subdirectora pensaba que el aula iba a desaparecer, pero mira ahora”, dice con una sonrisa en el rostro.

No obstante, las sonrisas también se toman su descanso. Justo cuando creía que había superado el reto más complicado del 2020, llegó el peor. Nada te prepara para perder a un padre. No importa el número de respiraciones o de pensamientos positivos. El mundo se detiene para preguntarte en voz alta: ¿ahora qué?

“¿Ahora qué?”, pensó Carmen. Su padre era su héroe, su amigo, su fuente de ánimos y fortaleza. Pensó que no podría continuar. De él aprendió a ser responsable y puntual. Escuchaba todas sus historias y soñaba con algún día poder contar su propia historia frente a un salón de clases. “Mi padre me impulsó a ser mejor maestra, siempre con la mirada en alto. Lo llevaré conmigo toda mi vida”, menciona Carmen. 

A pesar del sufrimiento, Risco no dejó a su querido quinto grado F. En vez de tomarse un descanso siguió trabajando. “Mis niños fueron mi motor, mi fuerza. Interactuando con ellos pude sobrellevar mi pérdida”, recuerda Carmen. Así fue como las participaciones pasaron de dos a todo el salón. A través de audios y mensajes por WhatsApp, Carmen logró sentir esa conexión que pensaba solo podría darse de manera presencial. Su perseverancia y empatía salvaron a un salón lleno de remordimientos e ilusiones. De los peores retos nacen las mejores historias.